Antonin Artaud



Ningún lugar. Un espacio sin paredes. Una celda que se disuelve. Una mesa con marcas de uñas. Una voz que se escucha antes de tener cuerpo. Duret está sentado, pero no sabe si sigue siendo él.



Alphonse Duret: Señor Artaud… ¿está usted aquí?


Artaud:
¿Aquí? ¿Aquí? ¡Yo no estoy en ningún “aquí”! Estoy donde el cuerpo se revuelca porque ya no soporta más el alma. Estoy en el hueso que grita. ¡Estoy donde el teatro es vómito, no espectáculo!


Duret: ¿Qué es el teatro, entonces?


Artaud:
Un campo de batalla.
No una escena.
Un sacrificio.
No un aplauso. El teatro es la peste. Si no enferma al público, no sirve. Si no lo deja ardiendo, mejor que lo cierren. Yo no vine a entretener, vine a exorcizar.


Duret: ¿Y el cuerpo?


Artaud: ¡El cuerpo es el gran traicionado!
La civilización lo encerró, lo domesticó, lo obligó a sentarse. Yo escribo con el cuerpo. Yo hablo con los dientes. Yo pienso con el espinazo.
¡El alma fue inventada para humillar al cuerpo!


Duret: ¿Y el lenguaje?


Artaud:
El lenguaje está podrido.
Las palabras están gastadas, corrompidas, sobadas por la mentira.
¡Hay que romper el lenguaje para que hable!
Yo escupo sobre la gramática.
Yo vomito sobre el discurso.
Yo quiero una lengua que tiemble, que jadee, que sangre.


Duret: Usted ha sido internado, se lo trató con electrochoques, fue llamado loco. ¿Qué responde?


Artaud: La sociedad no perdona al que ve demasiado.
Vinieron con sus batas blancas a apagar mi fuego. Pero no pudieron.
La locura no es un error: es una visión insoportable.
Yo no estoy enfermo: ellos están dormidos.


Duret: ¿Qué fue “Para acabar con el juicio de Dios”?


Artaud:
Un grito.
Un golpe contra el cielo.
Un orgasmo de furia contra la mentira divina.
Si hay un dios, que me conteste.
Si no hay ninguno, que se me devuelva mi cuerpo.


Duret: ¿Qué queda después de usted?


Artaud:
Ruido.
Voz.
Restos de una lengua no hablada.
Una calavera con nervios aún vibrando.
Y una advertencia: no llamen locura a lo que ustedes temen.



La celda se ha evaporado. En el suelo, un papel arrugado con una palabra ilegible. En el aire, una carcajada que suena a llanto y trueno al mismo tiempo. Duret está solo. Tiene las manos cubiertas de tinta. No recuerda haber escrito nada.



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