Charles Baudelaire


Una habitación cerrada, con cortinas de terciopelo granate, pesadas como un secreto. En la mesa: un vaso con ajenjo, un ramo de flores marchitas, un tomo desgastado de Poe. El aire está denso, perfumado con opio y ceniza. Un gato negro duerme sobre un ejemplar abierto de Les Fleurs du mal. El reloj marca una hora que no existe.



Alphonse Duret: Buenas noches, señor Baudelaire. No quisiera molestarlo en su retiro póstumo, pero hay quienes en este siglo, aún escuchan sus versos como si fueran nuevos. ¿Le sorprende?


Baudelaire: Nada sorprende al que ha descendido a las cloacas del alma. Que aún me lean indica que la náusea persiste. La civilización habrá cambiado de perfume, pero el hedor es el mismo.


Duret: Algunos dicen que su poesía transformó el concepto mismo de lo bello. ¿Qué es la belleza para usted?


Baudelaire: La belleza es un cadáver maquillado con gracia. No habita en la virtud, sino en lo trágico. Nace de la tensión entre lo sublime y lo corrupto. Como una flor que brota en un pantano.


Duret: En “El albatros”, usted compara al poeta con ese ave majestuosa que, una vez en tierra, se arrastra con torpeza. ¿Fue esa imagen su autorretrato?


Baudelaire: Sin duda. El albatros es el poeta arrojado al mundo: criatura del cielo obligada a caminar entre carniceros. Sus alas, que en vuelo eran gloria, en tierra son cadenas. Esa es la tragedia: tener el alma hecha para el infinito, y los pies embarrados en lo trivial.


Duret: ¿Sintió que el mundo lo humillaba por ser distinto?


Baudelaire: El mundo castiga a quien no encaja en su vulgaridad. Yo no quería salvar al mundo, quería describir su enfermedad con precisión quirúrgica. Y eso no se perdona. Los poetas son como criminales sin crimen: se les odia por lo que insinúan.


Duret: La melancolía, el hastío, el spleen... están por todas partes en su obra. ¿Eran enfermedades o estados de conciencia?


Baudelaire: Ambos. Enfermedades del alma lúcida. El que no siente hastío es porque no ha comprendido la repetición obscena de la existencia. El spleen no es tristeza: es revelación.


Duret: ¿Y qué hay del amor? ¿Era redención, castigo o simplemente una ilusión necesaria?


Baudelaire: El amor es una herida hermosa. A veces elevación, más frecuentemente decadencia. Amé como se ama el opio: con necesidad, con destrucción. Nunca fui correspondido sin perder algo.


Duret: ¿Qué piensa del presente? Del lector que lo descubre entre algoritmos, de las flores digitales del mal...


Baudelaire: Las flores, aunque virtuales, aún pueden ser venenosas. Si alguien, entre la distracción y el ruido, tropieza con un verso mío y siente un estremecimiento, entonces no todo está perdido. Pero que no se engañe: la modernidad ha cambiado de máscara, no de esencia.


Duret: ¿Tiene algún mensaje para ese lector moderno que se siente, quizás, como su albatros?


Baudelaire: Sí. No pliegues tus alas sólo porque el suelo se ríe de tu caída. Tu torpeza es sagrada. Tu exilio es prueba de que vienes de otro cielo.



La habitación se oscurece. El gato ha desaparecido. El vaso de ajenjo está vacío. Sobre la mesa, queda una pluma sin tinta y un papel donde puede leerse: “Solo lo bello es digno de durar… incluso cuando sangra.” Duret enciende un cigarro, pero no lo fuma: solo lo observa consumirse.



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