Léon Bloy
Una buhardilla despojada. Una vela encendida sobre una mesa de madera agrietada. Un crucifijo torcido. Afuera, París arde —pero nadie lo nota—. Bloy se sienta erguido, con el rostro atravesado por una sombra fija. No sonríe. Nunca sonríe.
Alphonse Duret: Señor Bloy, gracias por...
Bloy: ¡No me agradezca! Los agradecimientos son modales para ateos. Si viene a fingir cortesía, puede irse. Si viene a oír la verdad como se oye una sentencia, entonces hable.
Duret: He leído sus cuentos, sus diarios, sus cartas. Su escritura arde. ¿Qué lo obliga a escribir así?
Bloy: El horror. La mediocridad universal. La piedad degenerada. El hedor de la complacencia. Yo no escribo por gusto: escribo por necesidad. ¡Mi pluma es una lanza mojada en sangre que apunta al rostro de los satisfechos! El mundo duerme sobre su excremento, y yo vine a despertarlo con gritos.
Duret: Pero usted es creyente. Profundamente católico. ¿Dónde queda la caridad?
Bloy: ¿La caridad? ¿Acaso Cristo fue amable con los fariseos? ¿Acaso el Apocalipsis pide disculpas? La caridad no es azúcar. Es fuego. Yo amo a la humanidad como se ama a un hijo enfermo: gritándole para que despierte.
Duret: Muchos lo consideran un fanático.
Bloy: ¡Fanático sería si amara la mentira con el mismo fervor con que amo la verdad! Lo que soy es un testigo. Y en un mundo de ciegos y sordos, eso se paga caro.
Duret: ¿Pagó caro su fidelidad?
Bloy: La pobreza fue mi pan diario. El rechazo, mi catecismo. No fui amado por los míos, ni respetado por los otros. Pero ¿quién quiere éxito cuando lo que busca es el rostro de Dios?
Duret: ¿Qué es la literatura?
Bloy: Una espada. Un altar. Un exorcismo. El escritor no está para entretener: está para herir. ¡Todo escritor que no lleva el infierno en la sangre es un impostor!
Duret: ¿Y el silencio de Dios?
Bloy: El silencio de Dios es el precio que pagamos por nuestra cobardía. Pero incluso en su mutismo, su presencia es espantosa. No me abandonó: me miró sin consolarme.
Duret: ¿Tiene algo que decir al lector de hoy?
Bloy: Si no estás dispuesto a perderlo todo por la verdad, mejor no leas. Y si lees, que sea llorando. Y si lloras, que sea por tu alma. Y si no tienes alma, que tu escritura al menos sangre en su nombre.
La vela se apaga de un golpe. Bloy no se mueve. Duret sale a la calle, donde el silencio pesa como plomo. En su cuaderno sólo hay una frase escrita: “Todo escritor es un mártir disfrazado o un bufón feliz.”
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