Conde Lautrèamont


Una cripta húmeda, iluminada por candelabros torcidos. Las paredes están cubiertas de líquenes y versos escritos con una sustancia oscura. El aire huele a tiempo detenido. En el centro, dos sillas de espaldar alto enfrentadas, una vacía, la otra habitada por una figura esbelta de mirada abisal.



Alphonse Duret: Buenas noches, señor Ducasse. ¿Prefiere que lo llame por su nombre, o mejor, conde de Lautréamont?


Lautréamont: Qué más da… Ambos nombres están muertos. Usa el que prefieras, para este simulacro de diálogo entre sombras.


Duret: Los cantos de Maldoror, perturban incluso a quienes se jactan de haberlo visto todo. ¿Qué fuerza lo empujó a escribirlos?


Lautréamont : El mundo, con sus gritos y sus plegarias vanas. La infancia, ese jardín enfermo. Maldoror nació del barro de los sueños y del vómito del cielo. Yo sólo fui su escriba.


Duret: ¿Entonces, Maldoror no es usted?


Lautréamont: Es lo que queda cuando ya no se cree en nada, ni siquiera en uno mismo. No es un personaje, es una larva de absoluto, sin forma, como un dios negado por el espejo.


Lautréamont: ¡Los nombres son grilletes! Yo vomité palabras porque el mundo no me ofrecía más que silencio. Si esas palabras germinaron en otras bocas, que así sea. Yo sembré en terreno maldito.


Duret: Hay pasajes en Los cantos que rozan lo impensable. ¿Fue su intención provocar, o exhalar lo que llevaba dentro?


Lautréamont: ¿Provocar a quién? ¿A los cadáveres que caminan erguidos por las calles? Maldoror no busca escándalo, busca verdad. Una verdad que se arrastra, que escupe, que muerde. Una verdad sin maquillaje.


Duret: ¿Se arrepiente de algo?


Lautréamont: Solo de haber nacido bajo un cielo que no supo tronar. Lo demás, fue necesario.


Duret: ¿Y qué piensa de la muerte?


Lautréamont: La muerte es la única palabra que no miente. Pero incluso ella se habrá vuelto moda. Yo la abracé antes de que fuera un símbolo. Fui huésped de sus pasillos, antes de que los vivos aprendieran a escribir epitafios sin morir.


Duret: Si tuviera que decirle una sola frase al lector de hoy, ¿cuál sería?


Lautréamont: No busques sentido, arráncate la piel y escucha lo que canta debajo.



La cripta ha quedado vacía. Solo la silla donde estuvo Lautréamont continúa allí, cubierta ahora por un manto de ceniza. El eco de su voz aún resuena como un viento que no pertenece a este mundo. Duret se aleja con la grabadora rota entre las manos, el rostro pálido y una frase escrita en su libreta con tinta ajena: “La lucidez es un crimen del que no se vuelve.”



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