Gérard Nerval


Un pasaje de París al amanecer. La niebla es tan espesa, que parece un sueño que no va a despertar. Una farola parpadea. Nerval está ahí, de espaldas a su sombra. Lleva guantes gastados y un ramo de flores secas en la mano. A su lado, una langosta, quieta como un símbolo.



Émile Duret: Señor Nerval… Sé que no le gusta hablar demasiado.


Nerval: Hablar es otra forma de callar, monsieur. Pero a veces, las palabras abren pasajes que los silencios no alcanzan.


Duret: Aurelia, ¿es un delirio, una confesión, un viaje, un adiós?


Nerval: Es una carta desde la otra orilla. No a ustedes —a mí mismo. Cuando se ha atravesado el umbral del sueño, ya no se regresa del todo. Aurelia fue mi guía. Mi amor, sí. Pero también mi alma fragmentada.


Duret: Usted dijo: “El sueño es una segunda vida.” ¿Qué quiso decir?


Nerval: Que lo real no termina en lo visible. Que hay mundos dentro del mundo, y que a veces, el alma los visita mientras el cuerpo duerme. No es metáfora. Es experiencia.


Duret: ¿Y la locura?


Nerval: Un nombre que los cuerdos inventaron para no perder su confort. Pero hay locuras más lúcidas que cualquier razón. Yo no me perdí: simplemente vi más.


Duret: Sus sonetos —sobre todo El desdichado— están llenos de símbolos, mitos, nombres antiguos… ¿Por qué?


Nerval: Porque el presente es una página raída. Hay que escribir sobre ella con tinta ancestral. Cada hombre lleva dentro un templo en ruinas. Yo quise reconstruir el mío a través de palabras heredadas de sueños y de los dioses caídos.


Duret: ¿Y París?


Nerval: París es un espejo sucio. Brilla, pero no refleja. Caminé sus calles buscando algo que nunca estuvo allí. Sin embargo, es una ciudad hecha para perderse con elegancia.


Duret: Muchos lo consideran un precursor del simbolismo. ¿Usted se siente parte de una escuela?


Nerval: Yo soy parte de mi fiebre. No tuve escuela, ni discípulos, ni método. Sólo una herida. Si otros recogieron las gotas que cayeron, que las usen. Yo no quiero monumentos, sólo un rincón donde el silencio me reconozca.


Duret: ¿Fue su decisión quitarse la vida?


Nerval: Fue mi decisión no seguir fingiendo estar vivo.


Duret: ¿Le gustaría decir algo al lector moderno?


Nerval: Sí. No huyas de lo que sueñas. Los sueños no son ilusiones: son advertencias en forma de belleza. Escúchalos. Y cuando la vida no tenga salida, busca la otra puerta. Siempre hay una.



La niebla se ha disipado. La farola ya no parpadea. La langosta sigue allí, quieta. Y en el empedrado, donde antes estaba Nerval, solo queda el ramo de flores secas y un trozo de papel que dice: “Ya no tengo más que la noche.”



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