Marcel Schwob
Un gabinete de estudio del siglo XIX. Todo en él es minucioso: relojes detenidos, cartas sin sello, retratos de personajes anónimos. Las paredes están forradas de nombres. Schwob está sentado ante un escritorio de nogal. Tiene una lupa en una mano y una rosa marchita en la otra.
Alphonse Duret: Señor Schwob, es un honor. ¿Cómo nació Vidas imaginarias?
Schwob: Nació de la certeza de que la realidad está incompleta. Los héroes oficiales me aburren. Preferí a los marginados, los enmascarados, los falsificadores, los visionarios. Yo no escribí biografías: escribí epitafios con aliento.
Émile Duret: Pero muchos de sus personajes son inventados.
Schwob: ¿Y cuáles no lo son? La historia es una ficción con uniforme. Yo sólo la desnudé. Preferí la mentira con alma, a la verdad sin misterio.
Alphonse Duret: Hay en sus textos un tono sereno, pero también trágico. ¿De dónde proviene esa melancolía?
Schwob: Del cuerpo. De la enfermedad. De la muerte que siempre se sienta un poco antes de ti. Y también de mi hermana, que murió joven. Después de eso, todo lo que escribí fue para restaurar lo irrecuperable.
Émile Duret: ¿Escribir fue entonces un acto de duelo?
Schwob: Fue un duelo transformado en orfebrería. Cada texto es una urna pequeña, pulida por la pena y la precisión. Yo no quise gritar, como Artaud. Quise susurrar nombres que nadie había dicho en voz alta.
Alphonse Duret: ¿Cuál es su personaje más querido?
Schwob: Todos. Pero quizás el Rey de la máscara de oro. Porque no tenía rostro. Porque era el poder convertido en silencio. Y aún así, fue adorado. Como tantos.
Émile Duret: ¿A quién escribe Schwob?
Schwob: A quien sienta que la historia oficial es una estafa lírica. A quien tenga tiempo de leer sin apuro, como se examina una miniatura al trasluz. A quien aún crea que los nombres que no aparecen en los libros son los que más nos definen.
Alphonse Duret: ¿Y la muerte, qué es?
Schwob: Es sólo otra historia que no se ha contado bien. Y mientras tanto, yo sigo escribiendo epitafios falsos para dar vida a los olvidados verdaderos.
Los gemelos Duret se levantan. El gabinete se disuelve en la penumbra. Sobre la mesa queda una hoja en blanco donde alguien ha escrito, en letra microscópica, un nombre que nadie recuerda… pero que empieza a brillar.
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