Georg Trakl
Un hospital de campaña en los Alpes, 1914. Nieve por todas partes. Dentro de la tienda: una camilla de hierro, jeringas antiguas, un libro húmedo abierto por la mitad. En el rincón, una lámpara de queroseno proyecta sombras en la lona. Todo huele a éter, a sangre seca, a muerte. Afuera, los disparos han cesado. Por ahora.
Alphonse Duret: Señor Trakl… ¿puede oírme?
Trakl: La voz llega como desde un túnel… sí, lo oigo. Pero no estoy aquí. Estoy donde las palabras tiemblan antes de nacer.
Duret: No quiero hablar con usted como un corresponsal de guerra, sino como el testigo de su poesía. ¿Dónde nace la oscuridad que escribe?
Trakl: En la infancia... En el silencio del jardín de los padres. En la cocina donde los cuchillos brillaban más que el pan. En la mirada de mi hermana… tan pura, que dolía.
Duret: Muchos sienten que su poesía es nebulosa, incomprensible. ¿Es un defecto ser incomprensible?
Trakl: No escribo para explicar. Escribo para evocar. El que quiera claridad, que lea un manual. El que busque una herida, que se acerque. Mis versos no son ideas: son fiebre.
Duret: En su poema "Grodek", usted convierte el campo de batalla en una visión cósmica y lírica. ¿Cómo pudo encontrar belleza en medio de tanta devastación?
Trakl: Porque la belleza no está en lo bueno, sino en lo verdadero. Y la guerra es verdad desnuda. La carne abierta no miente. Los árboles otoñales, las bocas destrozadas, los ángeles de ojos dorados… todos dicen lo mismo: que el mundo ha sido herido y aún canta.
Duret: ¿Y su hermana? Aparece en varios poemas como una figura espectral, casi sagrada.
Trakl: Ella era el único ser intacto en mi memoria. La única que no me juzgaba. En ella vi a la Virgen y al abismo. Nunca sabrán cuánto la amé ni de qué manera.
Duret: Usted hablaba del “silencio de la culpa”. ¿Se refiere a su vida, a Europa, a ambos?
Trakl: Europa sangra porque olvidó a sus dioses. Yo sangré porque no supe cuidar la luz que me fue dada. La culpa es la sombra de toda lucidez. Los que ven demasiado, terminan por cerrar los ojos para siempre.
Duret: ¿Cuál es, para usted, la función del poema?
Trakl: Ser un susurro que sobreviva al derrumbe. Un fragmento de música entre los escombros. Un acto de piedad hacia el lenguaje.
Duret: Hay quienes lo leen desde la paz, sin haber conocido el horror de la guerra. ¿Qué les diría?
Trakl: Que no se disculpen. La lectura honesta es una forma de duelo. Si alguien, desde su sillón cálido, tiembla con mis palabras, entonces algo se ha salvado. Que no busquen entender: que se dejen herir con delicadeza.
Duret: ¿Volvería a escribir, si pudiera?
Trakl: No. Ya está dicho. Ya fue escrito con fiebre. Los poemas son cadáveres que aún respiran. El resto, sería profanación.
La tienda se va desvaneciendo. Trakl ha cerrado los ojos. Su cuaderno permanece abierto sobre la camilla. Afuera, comienza a nevar otra vez. En el horizonte, no hay fuego ni disparos. Solo el rumor lejano de un niño que canta, en un idioma que ya nadie recuerda.
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